¿Quién muere cuando uno muere? ¿Qué muere? ¿Qué se olvida? ¿Qué desaparece? ¿Qué queda cuando uno muere? ¿Qué es aquello que trasciende el tiempo, el espacio y la forma?
Reflexionando y contemplando la muerte en torno a estas preguntas me lleva inevitablemente a contemplar la vida en nuevas preguntas que emergen, ¿quiénes somos mientras estamos siendo? ¿Quién vive cuando uno vive? ¿Quién realiza el hacer? ¿Quiénes somos en esta vida es lo mismo que quienes creemos ser? ¿Somos acaso esa idea que construimos y alimentamos sobre nosotros mismos y que perpetuamos a través de nuestros intentos incansables de convertirnos en alguien?
Cuánto más podemos indagar y mirar profundo en torno a estas preguntas, podremos contemplar como en lo artificial y limitado de la jaula de nuestras creencias, expectativas, miedos, juicios y miradas condicionadas muchos podemos creernos realmente vivos mientras estamos ocupados siendo alguien. No nos damos cuenta que justamente allí, cuanto más creemos y buscamos ser ese alguien estamos más lejos de entrar en un verdadero e íntimo contacto con nuestra verdadera naturaleza.
Hay una claridad que reside silente y potente debajo de todo intento frenético por existir y ser vistos de determinada manera.
Día tras día podemos perdernos en las narrativas y en las historias de aquello que vivimos, aquello que creemos ser, lo que nos contamos a nosotros mismos y lo que otros nos contaron durante años de nosotros, nuestras experiencias y roles, nuestro pasado y heridas, lo que nos dicen hoy y lo que esperamos que nos digan mañana una y otra vez. Cuando perdemos las coordenadas entre tantos guiones y construcciones sucumbimos a la narrativa auto limitante, allí mismo nos volvemos los arquitectos de nuestra propia jaula. Nos perdemos creyendo que nos hemos encontrado.
Estamos muy lejos de nosotros mismos cuanto más ocupados estamos en tratar de ser alguien. Es allí mismo cuando entramos en un trance de separación que se autoperpetúa y genera aislamiento y sufrimiento, soledad de la que duele y un silencio frío, ese silencio que corta y no abraza.
Y es allí mismo donde nos olvidamos una y otra vez el carácter transitorio de la naturaleza de la experiencia que se manifiesta en el despliegue de la existencia instante tras instante. Es en ese cerrarnos en jaulas y definiciones, que ignoramos la fugacidad y fragilidad de la vida, porque todo parece tan sólido, tan duradero y nada lo es. Cada uno está ocupado siendo esa entidad permanente, duradera y separada a la que llamamos yo y es allí mismo donde la ignorancia y la separación crecen y nos encierran.
Cuando por instantes podemos abrazar y hacer las paces con la verdad de la interdependencia, esa trama misteriosa en la que se entreteje la vida, y la certeza de la impermanencia como una marca ineludible de la existencia, logramos entrar en la corriente más grande de la vida. Allí las olas y los remolinos se forman, crecen y desaparecen, y solo hay mar, el mar en el que podemos por fin descansar.
Allí podemos fluir en la libertad de no ser lo que creemos ser, la amplitud de no tener que ser lo que no somos. No hay un yo que reificar y mejorar cuando nos despertamos a la intuición de que ya estamos completos e íntegros. Formamos parte de un todo más grande que cualquier construcción en la que una mente limitada, reactiva y asustada nos pueda encerrar. Y como en esa amplitud esencial nada nos encierra, no hay jaula que nos pueda separar.
A propósito de estas ideas y preguntas compartidas recordé este texto de Joko Beck. De manera clara y muy hermosa nos invita a reflexionar en torno a esta compresión de amplitud y consciencia:
“Somos meros remolinos en el río de la vida. En su largo recorrido corriente abajo, el río golpea muchas rocas, ramas o irregularidades de su lecho, ocasionando remolinos espontáneos aquí, y allá. El agua que casualmente se adentra en uno de ellos no tarda en reintegrarse en el río para formar parte de otros y volver luego a seguir su camino. Pero por más que , durante breves períodos de tiempo, el agua de un remolino parezca un evento separado y claramente diferenciado, no deja , en ningún momento, de ser el río mismo. La estabilidad que posee un remolino es provisional…Pero nosotros preferimos pensar que el pequeño remolino que somos no forma parte de la corriente , preferimos considerarlos como algo permanente y estable e invertimos toda nuestra energía en tratar de proteger nuestra supuesta separación y, para ello, establecemos fronteras fijas y artificiales, y en consecuencia, acumulamos un exceso de equipaje que nos impide escapar del remolino en el que nos hemos estancado y volver nuevamente a fluir. Así es como nos quedamos atrapados en un remolino en el que el agua cada vez está más sucia, mientras nuestra frenética reacción despoja de agua a los remolinos vecinos.”
Joko Beck
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Gracias por enseñarnos a ver las cosas como realmente son…