Mi historia con la búsqueda de la integración para atender a los pacientes y sus familias comienza antes de cumplir 10 años de práctica de la medicina, luego de una crisis profesional donde sentía que la manera en que me habían enseñado y había ejercido la medicina hasta ese momento no me alcanzaba, algo me faltaba para poder recuperar el sentido en el ejercicio cotidiano de la medicina. Tenía que buscar, investigar, aprender, descubrir, y con suerte encontrar otra manera de volver al principio, a descubrir maneras diferentes de acercarme a los pacientes y de acompañarlos en lo que les tocara transitar: la curación, la enfermedad crónica o la muerte.
Incursioné en otras disciplinas como la medicina antroposófica, llegué a la Gestalt donde encontré un espacio de libertad y una manera de estar aquí y ahora, desconocida para mí, habituada a la clásica disociación entre cuerpo y mente que era usual en los que formábamos el equipo de salud.
Con mi acercamiento a mindfulness integré bastante más lo que había experimentado durante los años de Gestalt y seguí profundizando una manera diferente de estar, una actitud atenta en cada momento. Desde mi acercamiento a la Gestalt, convencida de que el cambio es posible y que ese cambio empieza por uno intenté cultivar el autoconocimiento permanente.
El acercamiento a la práctica de mindfulness me permite cultivar una práctica cotidiana y establecer la intención de estar presente y poder ofrecer al otro mi persona como instrumento terapéutico. Es desde ese lugar de estar presente que ejerzo la medicina con los pilares recomendados de incluir en la consulta los conocimientos basados en la evidencia científica, la experiencia personal y la preferencia del paciente y su familia.
Desde mi tarea en el comité de docencia, responsable de la formación de futuros pediatras, intento dar herramientas a los jóvenes profesionales que les permitan reconocer la multiplicidad de emociones que les provoca el encuentro con el sufrimiento y con situaciones difíciles que enfrentan diariamente en su residencia, poder expresarlas en espacios de reflexión entre pares y poder preservar su capacidad de empatía, haciendo prevención del síndrome de burnout.