La práctica de Mindfulness me permitió descubrir que también puedo parar. Ese parar (no es necesariamente no hacer) que desde mis prejuicios era imposible para mí y además un peligro por no saber a dónde me podría llevar la meditación, me abrió a la posibilidad de acercarme de manera íntima a mis sombras, mis oscuridades y también a mis luminosidades. Encontrarme conmigo a solas íntimamente y abrazarme y enojarme y sostenerme y descubrirme es lo que voy experimentando en cada sentada de práctica. Sorprenderme al comprobar que la impermanencia también me cabe a mí y que puedo esperar a que las cosas se acomoden o no. Tolerar lo incierto, a veces y otras no tolerarlo y ver qué me pasa a mí con eso; y está todo bien. Esta actitud va haciendo que mi presencia con los otros ( hijos, amigos, familia, pacientes, desconocidos) vaya siendo diferente.

Me asombra también poder estar con otros en silencio, compartiendo esa intimidad de cada uno sin siquiera saber nada de sus historias y descubrir que no hace falta la palabra para estar cerca y resonar.

Me acerqué a Sociedad Mindfulness hace ya unos años con la intención de experimentar la práctica en primera persona. Encontré una maestra quien me introdujo en la práctica de la meditación. De su mano inicié la práctica primero y luego la lectura y la investigación acerca de la meditación y sus efectos en la salud, en la vida de los terapeutas y en la vida de los pacientes (practiquen o no). Encontré un grupo que transmite coherencia en su manera de pensar y de actuar

Libertad, sencillez, respeto en un grupo heterogéneo de edades, religiones, intereses profesionales y distintos marcos teóricos. Se siente bien.